Sir Thomas Nein nació sin el “Sir” en su nombre, de hecho, nació sin el Thomas ni el Nein por ningún lado. Fue abandonado a la intemperie por una desalmada madre que sin temor a lo que le podría ocurrir a su pequeño e inocente hijo lo dejó frente a un hospital en el sur de Londres.
Fue ahí donde Thomas Nein lo vio, inmediatamente corrió hacia la delicada canasta de mimbre, la recogió y corrió hacia su humilde hogar para decirle a Juliett, su esposa, que lo cuidara y se hiciera a la idea de que ese iba a ser su hijo. Que no pidiera otro.
Esa noche Juliett y Thomas charlaron muy seriamente sobre la infame e insensible mujer que abandono a su hijo en frente de un críptico hospital en el sur de Londres en una noche tan fría como esa. Se la imaginaban con una enorme, asquerosa y deforme nariz cuya punta contenía una verruga que casi obtenía la vida propia de tan fea y grande. Pensaban que no tenía Corazón, ni alma.
Nuestro bebé apenas y lloraba, estaba callado observando el espeso bigote de Thomas Nein y los senos enormes de Juliett, que de hecho, desde la postura de Sir Thomas (entonces un bebé) era imposible ver los ojos color miel que brillaban con un resplandor único, pero que lucían apagados por tantos y tantos años intentando sobresalir en su vida profesional sin que su marido la tildara de loca ingenua.
No eran la familia mas adecuada para un criatura que a la postre iba a obtener el condecoro de ser llamado Sir por sus espectaculares hallazgos en materia de salud. Sin embargo le daban lo que necesitaba para subsistir: alimento, educación y libros.
El tiempo transcurrió de manera paulatina. Sereno y sin prisa, con una monotonía digna de los ingleses. Sir Thomas Nein creció y se hizo un joven muy apuesto. Tenía un bigote como su padre, aunque no tan espeso como el de este; sus ojos no eran nada espectaculares y de un color café que llegaban a confundirse con el negro de la habitación donde pasaba sus días estudiando.
Un día pasó frente a su humilde hogar, de dos plantas y con tres automóviles del año en la cochera, una mujer hermosa, con un rostro angelical y la mirada triste. Estaba tan delgada que parecía un esqueleto. Anoréxica según los ojos color miel de Juliett. Pidió una moneda para su pan, y Thomas Nein se la negó. Ella se dio la vuelta, sonrió y solo alcanzo a articular las siguientes palabras: “cuiden al pequeño Thomas, que yo no lo puedo hacer”. Acto después, desapareció en la penumbra de Londres.
Si, era la madre, esa desalmada mujer con un rostro angelical en vez de una espeluznante verruga en la punta de la nariz. Mendigando y sin comer ni asearse. La mujer más aberrante del mundo para Thomas y Juliett.
Sin saberlo, esa mujer de mirada triste pasaba todos los días a la misma hora enfrente del humilde hogar que cada día sufría la llegada de aparatos lujosos y sofisticados gracias al nuevo empleo de Thomas: revendedor.
Nunca supieron el nombre de la mamá de Sir Thomas Nein, ni nunca les interesó. Un día vieron en el periódico la historia de una mujer que falleció a causa del frío que hacia en la zona. El rostro angelical había desaparecido dejando en su lugar una demacrada expresión de sufrimiento. Las autoridades señalaron que esta mujer no tenía hogar ni familia. No tenía nada.
No la reconocieron y su vida siguió normal. Sir Thomas Nein se graduó de la universidad y consiguió un empleo de doctor en el hospital general de Londres. Descubrió la cura del VIH y lo condecoraron con el titulo nobiliario del Reino Unido. Todo gracias a una desalmada que no tenía para darle una vida a su hijo. Todo gracias a ella.
...
Puedes seguirme en Twitter también.Si te gusto el post ¿Por que no te suscribes vía RSS?
DR © 2010
WTF??
ResponderEliminarEs el producto de escribir SIN los efectos del alcohol.
ResponderEliminarwow! me agrado empezaste bien pero ( a mis dulces ojos), le falto creatividad al finaal!! =.D
ResponderEliminar